Hay un Dios y solo uno; viviente y verdadero. Él es un ser inteligente, espiritual y personal. Él es creador, redentor, preservador y gobernador del universo.

Dios es infinito en santidad y en todas las otras perfecciones. Es todopoderoso y omnisciente. Su perfecto conocimiento se extiende a todas las cosas pasadas, presentes y futuras, incluyendo las decisiones futuras de sus criaturas libres. A Él le debemos el amor más elevado, reverencia y obediencia.

Dios se revela a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, con distintos atributos personales, pero sin división de naturaleza, esencia o ser.

Dios, como Padre, reina con cuidado providencial sobre todo su universo, sus criaturas y sobre el fluir de la corriente de la historia humana de acuerdo a los propósitos de su gracia. Él es todopoderoso, omnisciente, todo amor y todo sabio.

Dios es Padre en verdad de todos aquellos que llegan a ser sus hijos por medio de la fe en Cristo Jesús. Él es paternal en su actitud hacia todos los hombres.

Cristo es el Hijo eterno de Dios. En su encarnación como Jesucristo fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de la virgen María.

Jesús reveló y cumplió perfectamente la voluntad de Dios al tomar sobre sí mismo la naturaleza humana —con sus demandas y necesidades— y al identificarse completamente con la humanidad, pero sin pecado. Cristo honró la ley divina por su obediencia personal, y en su muerte en la cruz, proveyó la redención para el ser humano.

Él fue levantado de entre los muertos con un cuerpo glorificado y apareció a sus discípulos como la persona que estuvo con ellos antes de su crucifixión. Jesús ascendió a los cielos y está ahora exaltado a la diestra de Dios. Él es el único mediador, completamente Dios y completamente hombre, en cuya persona se efectuó la reconciliación entre Dios y la humanidad.

Cristo volverá con poder y gloria para juzgar al mundo y para consumar su misión redentora. Él mora ahora en todos los creyentes como el Señor vivo y omnisciente.

El Espiritu Santo es el espíritu de Dios, completamente divino. Él inspiró a santos hombres de la antigüedad para que escribieran las Escrituras. Mediante la iluminación, Él capacita a los hombres para entender la verdad.

El Espíritu Santo exalta a Cristo. Él convence a los hombres de pecado, de justicia y de juicio. Llama a los hombres al Salvador y efectúa la regeneración. Cuando somos hechos nuevas criaturas, el Espíritu Santo bautiza a cada creyente en el cuerpo de Cristo. Cultiva el carácter cristiano, conforta a los creyentes y les da los dones espirituales por medio de los cuales sirven a Dios.

El Espíritu Santo sella al creyente para el día de la redención final. Su presencia en el cristiano es la garantía de que Dios llevará al creyente hasta alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo. Él ilumina y da poder al creyente y a la iglesia en adoración, evangelismo y servicio.

La Biblia fue escrita por hombres que fueron divinamente inspirados por el Espíritu Santo. Las Escrituras son el tesoro perfecto de instrucción divina y la revelación que Dios hace de sí mismo al hombre.

La Biblia habla verdad, sin falla alguna, por lo tanto, es confiable. Ella revela los principios por los cuales Dios nos juzga. La Palabra es y permanecerá siendo hasta el final del mundo el centro verdadero de la unión cristiana y la norma suprema por la cual toda conducta, credos y opiniones humanas deben ser juzgados.

Toda la Escritura es un testimonio de Jesús, quien es Él mismo el centro de la revelación divina.

El hombre y la mujer son la creación especial de Dios, hechos a su propia imagen y semejanza. Él los creó como la corona de su creación. La dádiva del género es parte de la bondad de la creación de Dios.

En el principio el hombre era inocente y fue dotado por Dios con la libertad de elegir. Por su propia decisión, el hombre pecó contra Dios y trajo el pecado al mundo. Por medio de la tentación de Satanás, el hombre transgredió el mandamiento de Dios y cayó de su estado original de inocencia. Su posteridad heredó una naturaleza inclinada al pecado. En cuanto cualquier hombre es capaz de realizar una acción moral, se convierte en transgresor y está bajo condenación. Solamente la gracia de Dios puede traer al hombre a la santidad y capacitarlo para que cumpla el propósito creativo de Dios.

La santidad de la personalidad humana es evidente en que Dios creó al hombre a su propia imagen, y en que Cristo murió por el hombre. Cada persona de cada raza posee absoluta dignidad y es digna del respeto y del amor cristiano.

La salvación implica la redención total del hombre. Se ofrece gratuitamente a todos los que aceptan a Jesucristo como Señor y Salvador, quien por su propia sangre obtuvo redención eterna para el creyente.

En un sentido más amplio, la salvación incluye la regeneración, la justificación, la santificación y la glorificación, todo por la gracia de Dios. No hay salvación aparte de la fe personal en Jesucristo como Señor.

Una iglesia del Nuevo Testamento es una congregación local y autónoma de creyentes bautizados y asociados en un pacto de fe a través del compañerismo del evangelio.

Una iglesia predica el evangelio, cumple las ordenanzas de Cristo y es gobernada por sus leyes, ejercitando los dones, derechos y privilegios con los cuales los creyentes han sido investidos.

Cada congregación actúa bajo el señorío de Jesucristo por medio de procesos democráticos. Los miembros son responsables de dar cuentas a Cristo como Señor. Sus oficiales escriturales son pastores y diáconos. Aunque tanto hombres como mujeres son dotados para servir en la iglesia, el oficio de pastor está limitado a los hombres, como lo limita la Palabra de Dios.  Sin embargo, todos los demas oficios, incluyendo el de ensenanza, pueden ser hechos por mujeres.

El Nuevo Testamento habla también de la iglesia como el cuerpo de Cristo, el cual incluye a los redimidos de todas las edades, creyentes de cada tribu, lengua, pueblo, y nación.

Para Reformadas, la iglesia es de suma importancia. Es por esto que te animamos a ser parte de una iglesia local con doctrina sana.

El reino de Dios incluye tanto su soberanía general sobre el universo como su señorío particular sobre los hombres que voluntariamente lo reconocen como Rey.

Los hombres entran al reino de la salvación mediante su entrega a Jesucristo por medio de la fe y confianza semejante a la de un niño. Los cristianos deben orar y trabajar para traer el reino de Dios a la Tierra.

La consumación final del reino espera el regreso de Jesucristo y el fin de esta era.

Dios, en su propio tiempo y en su propia manera, llevará al mundo a su fin apropiado. De acuerdo a su promesa, Jesucristo regresará a la Tierra en gloria de manera personal y visible. Los muertos resucitarán y Cristo juzgará a todos los hombres en justicia. Los injustos serán consignados al infierno, el lugar del castigo eterno. Los justos, en sus cuerpos resucitados y glorificados, recibirán su recompensa y vivirán para siempre en el cielo con el Señor.

Es deber y privilegio de cada seguidor de Cristo y de cada iglesia trabajar en hacer discípulos de todas las naciones. El nuevo nacimiento del hombre por el Espíritu Santo significa el nacimiento del amor a los demás.

El Señor Jesucristo ha ordenado que se predique el evangelio a todas las naciones. Es deber de cada hijo de Dios procurar ganar a los perdidos para Cristo mediante el testimonio personal, apoyado por un estilo de vida cristiano y por otros métodos que estén en armonía con el evangelio de Cristo.