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Perdí un hijo

las caras de la maternidad May 25, 2021

En el momento de la crucifixión de Jesús, la Biblia dice: “Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena…En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y las rocas se partieron...” (Mt 27:45,5 NBLA). Jesús murió. Fue el día más triste de la historia, puesto que no solo murió el Hijo de Dios, sino que Dios lo entregó en manos de los hombres para que tengamos vida eterna.

Pienso en todo lo que pasó ese día, desde que inició la crucifixión por la mañana hasta que finalizó por la tarde. El cielo se oscureció y la tierra tembló. La gente pudo reconocer esto como una manifestación de lo que implicó que el Padre entregara al Hijo. Por esto, la Biblia dice: “Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen. Porque Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que solo somos polvo” (Sal 103:13-14 NBLA).

DIOS SE COMPADECE

Dios se compadece cuando una madre y un padre pierden a un hijo en cualquiera de sus etapas. Desde aquel bebé que murió dentro del vientre de su madre, hasta aquel hijo con el que compartieron años de vida. Dios se compadece porque Él conoce el dolor que atraviesa nuestra alma. Él mismo lo vivió. 

Los estragos que trajo el pecado al mundo y a nuestros cuerpos físicos nos llevan al sufrimiento. Pero Dios no está ausente, Él se identifica con tu dolor. El Padre experimentó el mismo pesar cuando su Hijo murió en la cruz por ti y por mí. Quizás pienses: “Pero mi hijo no era Jesús, ¿por qué murió?”. Te diré lo que la Biblia dice: “Porque mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son mis caminos, declara el Señor” (Is 55:8 NBLA). No siempre sabremos por qué suceden las cosas, pero el punto no es encontrar la razón, sino saber que Dios está con nosotras en cualquier circunstancia.  Precisamente por lo que continúa diciendo en Isaías: “Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié” (Is 55:11 NBLA). 

Su voluntad, que no siempre es revelada para traer cierta lógica a semejante tragedia, es buena, agradable y perfecta (Ro 12:2b) para hacer en nosotras lo que Él ha determinado, y en esto nos podemos consolar. Dios nos consuela porque solo Él tiene las palabras que necesita nuestra alma. Quizás no las recibamos bien en el momento que las escuchamos o las leemos, pero su Palabra hará lo que Él desea.

Con el tiempo, si Dios lo permite, sabrás el propósito. Pero si no, puedes correr a Él, que es consuelo suficiente para lo que estés pasando. Las madres no dejamos de ser madres porque ya no tenemos a nuestros hijos. Además, antes de ser madres, somos hijas y mujeres de Dios, por tanto, nuestro mayor gozo es ser y estar con nuestro Señor.

DIOS FORTALECE

Por lo mismo, Él sabe que necesitamos ser fortalecidas con su poder por su Espíritu dentro de nosotras (Ef 3:16). Su fortaleza no consiste en que dejemos de sentir dolor, sino en que el dolor no nos gobierne.  Pablo dijo que la gracia de Dios es suficiente. De hecho, dijo que con gusto se gloriaría en sus debilidades para que el poder de Cristo morara en Él (2 Co 12:9). Pero el versículo diez es impresionante: “Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:10 NBLA).

La fortaleza que Dios nos da va más allá de nuestro entendimiento. Nos permite levantarnos cada día en su misericordia, la cual provee aliento de vida. Su fortaleza no es más que Él obrando en nosotras. ¡Vaya si la necesitamos! Así que tengamos cuidado de los lugares en donde buscamos fortalecernos, porque nada será suficiente, solo Él.  

DIOS NOS DA ESPERANZA

Si volvemos a la ilustración de la crucifixión, vemos que Dios no le dio a Jesús fortaleza para vivir, sino para morir y hacer su voluntad. También le dio fortaleza a María cuando lloró a los pies de la cruz. Incluso sabiendo que era el Hijo de Dios, su dolor de madre era muy grande. Las mujeres que le servían y el discípulo amado lloraron esa tarde por su Maestro, su Señor y Salvador. ¡Qué confusión y mezcla de pensamientos habrán experimentado! Tal vez se preguntaban si despertaría y por qué murió. A pesar de que Jesús les había explicado de diferentes maneras lo que pasaría, no lo comprendían.

La buena noticia del evangelio se completa cuando Cristo resucita. El dolor de su muerte rasgó el velo para que el camino hacia Él se abriera (Mt 27:51). La resurrección también fue anunciada con un terremoto a la luz del día (Mt 28:2), porque la luz había resplandecido, y esta vez para siempre. Su resurrección no solo nos promete que todos los que morimos en Cristo resucitaremos en cuerpos glorificados y que viviremos en Él para siempre, aquellos que murieron también vivirán (Mt 27:52).

Tenemos esperanza de que nuestro dolor acabará y algún día ni siquiera lo recordaremos. En este mundo sufriremos por la pérdida de nuestros seres queridos, de nuestros hijos, pero a Cristo nadie nos lo puede quitar. Más bien, por su muerte y resurrección, ya estamos en Él.  Pronto lo disfrutaremos sin tener que derramar una lágrima más.

Dios se compadece, nos fortalece y nos da esperanza por la fe en Cristo Jesús. La única manera de vivir en este mundo es reconociendo que Dios lo gobierna según su voluntad, la cual es suficiente para nosotras porque el Señor es bueno siempre y para siempre.

APRENDE

Salmos 116:15 NTV dice: “Al Señor le conmueve profundamente la muerte de sus amados”. 

Dios no es ajeno al dolor que experimenta una madre al perder a su hijo. Él mismo perdió a su Hijo.  

VIVE

Mateo 5:4 dice: “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados”.

La lucha de la pérdida de un hijo no tiene que ser en soledad, Dios quiere acompañarnos. No tengas miedo de mostrarte vulnerable ni permitas que el sufrimiento gobierne tu vida. Acércate confiadamente a Él, entrégale tu dolor y recibe su consuelo.

LIDERA

Si conoces a alguna mujer que esté sufriendo la pérdida de su hijo, acércate a ella y busca maneras para apoyarla, ya sea compartiendo tu experiencia o simplemente acompañándola en este proceso tan difícil.

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